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75 aniversario

Los antecedentes, 136 leyes de discriminación hacia los judíos

  • Estados Unidos acogería a cerca de 200.000 judíos entre 1933 y 1938 y Gran Bretaña a unos 65.000. 
  • La labor de los diplomáticos, como el cónsul chino Feng Shan Ho o el capitán británico, Frank Foley, fue vital para que muchos judíos pudieran salir de Alemania.


  • La tetera que se "parece" a Hitler haciendo el saludo nazi.

La llegada de Hitler al poder en 1933 fue el disparo de salida a la política de represión hacia los judíos. Aquel mismo año se promulgaron 42 leyes discriminatorias y segregadoras. Sólo había medio millón de judíos en Alemania – lo que no llegaba al 1% de la población – y estaban totalmente integrados socialmente: en la Primera Guerra Mundial, más de 12.000 judíos se habían alistado para defender a la patria. Pero de alguna forma, Hitler fue capaz de convencer a los alemanes de que los judíos eran los culpables de todos los males del país desde la derrota en la Gran Guerra. 

El 1 de abril de 1933 se rompió el hielo con un vergonzoso boicot a las tiendas judías. Las juventudes nazis se apostaron en los establecimientos hebreos cerrando el paso de los clientes ante la sorpresa general. En aquel momento aún había actos espontáneos de valor entre la ciudadanía alemana, como el que protagonizó la abuela del pastor protestante Dietrich Bonhoeffer, que a sus 92 años se abrió paso a empujones y entró a comprar en la misma tienda donde acostumbraba. 

El 7 de abril, se prohibió a los judíos trabajar en el servicio público y todos los funcionarios tuvieron que dimitir, tanto de las administraciones como de las escuelas y universidades. Gran Bretaña y en menor medida otros países, acogieron a buena parte de los profesores judíos que se quedaron de pronto sin trabajo. El 10 de mayo de aquel mismo año, se producía en Berlín una quema pública de libros comunistas y judíos en un acto que causó gran expectación por la formidable hoguera que se formó y por su terrible significado: las llamas pretendían devorar al libro y su idea, de modo que nunca hubiera existido en Alemania.  

En 1934 se promulgaron otras 19 leyes discriminatorios y en 1935, 29 más, entre ellas las Leyes de Nuremberg, que prohibían los matrimonios mixtos e incluso las aventuras extramatrimoniales entre judíos y alemanes ‘arios’. Se trataba de preservar la sangre alemana de mezclas contaminantes y se llegaba al punto de que, cualquier alemán con al menos un abuelo judío se ganaba la condición de mestizo. Las Leyes de Nuremberg abrieron la espita de la ‘depuración racial’ que vendría después, negando a los judíos la ciudadanía alemana y rebajándoles al estatus de ‘residentes’. En aquel año 1935 se negó a los judíos el derecho el voto lo cual, teniendo en cuenta lo que vendría después, no iba a ser la mayor de sus preocupaciones. 

“Poco a poco fueron cerrando el puño, primero no podían ser funcionarios, luego no podían ser ciudadanos, después no podían moverse y al final no tenían derecho a vivir. Los nazis fueron, en cierto sentido, muy graduales en su represión, de modo que muchos judíos no llegaron a creer lo que se les venía encima. Recordaban que los alemanes habían sido muy caballerosos durante la Primera Guerra Mundial y confiaban en que no harían daño a las mujeres y los niños, de ahí que muchas veces sólo huyesen los hombres. La realidad demostró que fueron bestias, que no respetaron ni mujeres, ni niños, ni ancianos”, relata la filóloga y especialista en el Holocausto, Graciela Kohan. 

Los años 1936 y 1937 se saldaron con 24 y 22 leyes restrictivas contra los judíos, respectivamente. Después de 136 leyes en contra quedaba muy poco para excusar la agresión directa, como sucedería en la noche de los cristales rotos. Cualquier chispa parecía capaz de hacer saltar tanto odio acumulado. De ahí que desde la llegada de Hitler al poder se iniciase un importante éxodo de judíos que tenía como principales destinos Estados Unidos y Gran Bretaña. Estados Unidos acogería a cerca de 200.000 judíos en este período y Gran Bretaña otros 65.000. Más de la mitad de los judíos alemanes emigraron a uno de estos dos destinos y sin embargo, el número de los que estaban en peligro no descendía, ya que cada nueva anexión alemana ponía bajo su yugo a una nueva y numerosa comunidad. Si 300.000 judíos lograban escapar – 46.000 más pusieron rumbo a Palestina, por entonces protectorado británico – otros 180.000 se sumaban al Reich el 12 de marzo de 1938 cuando las tropas alemanas entraron en Viena. 

“Lo más difícil para el judío que quería emigrar era encontrar un lugar de destino”, explica Graciela Kohan. En efecto, para que un judío pudiera salir de Alemania debía contar con un billete de barco o en su defecto, con visado en regla, labor en la que jugaron un papel fundamental los diplomáticos extranjeros como fue el caso del cónsul chino de Viena, el doctor Feng Shan Ho, que concedió numerosos visados a pesar de la airada oposición del embajador chino en Berlín, que llegó a sancionarle para ganarse el favor de los nazis. En su etapa de mayor actividad, el doctor Ho llegó a conceder 500 visados al mes y de su plausible labor dan fe los 18.000 judíos que arribaron en Shangai en aquella época. 

La misma frenética actividad demostró el capitán Frank Foley, oficial británico de control de pasaportes en Berlín, que pudo ayudar a cerca de 10.000 judíos a partir rumbo a Palestina. “Hay una frase de un superviviente de Auschwitz que refleja con severidad lo que ocurría en Alemania: sólo los pesimistas se salvaban. Los optimistas, los que pensaban que aquello no llegaría a mayores, terminaron lamentablemente muertos”, relata la investigadora Graciela Kohan.   

El 15 de octubre de 1938, las autoridades alemanas cancelaban todos los pasaportes de ciudadanos judíos obligándoles a obtener uno nuevo si querían salir del país, un trámite largo, penoso y ciertamente arriesgado, puesto que ponía al interesado bajo los focos de las autoridades. En todo caso, por entonces, ya era difícil pasar desapercibido si uno era judío. Las leyes alemanas les obligaban a sumar a su nombre el de Sarah, en el caso de las mujeres y el de Israel a los varones para su rápida identificación. El 7 de noviembre, el mismo día en que se producía el atentado sobre el diplomático Ernst Vom Roth que desencadenaría los sucesos del día 9, el gobierno nazi obligaba a todos los comerciantes judíos a rotular los nombres de sus establecimientos con caracteres hebreos para que se distinguiesen bien de los que no lo eran. Cualquiera diría que, hubiese muerto o no el diplomático alemán, la noche de los cristales rotos ya planeaba sobre Alemania.   

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